Detrás de los rayos
Amanece un lunes de mediados de noviembre. Me despierto con nerviosismo y con antelación suficiente para prepararme y desayunar tranquilo, ya que era el comienzo en mi nuevo rotatorio de prácticas de Enfermería. Parto hacia el hospital con mi coche y me dirijo al servicio de radiología, que es el que me ha tocado. Al principio, cuando me dijeron el destino nuevo de mis prácticas, me sentí un poco decepcionado porque pensaba que iba a ser aburrido y que no había mucho que aprender. Pero nada más lejos de la realidad, de todos los servicios se aprenden muchas cosas.
Mi primer día llego hecho un manojo de nervios: no sabía a lo que me iba a enfrentar y por los miedos de no meter la pata. Me presentan a la enfermera que va a ser mi tutora durante mi periodo en este servicio. Me encuentro a una persona encantadora, con mucha experiencia, con paciencia y muy empática. Me explica el funcionamiento del servicio y me presenta al resto del equipo que lo forma. Como en el anterior, me encuentro con gente acogedora, servicial… y ese día empieza mi andadura. Durante la primera semana me convierto en la sombra de “mi enfermera”. Voy pegado a ella, para observar toda su labor. Me va explicando cada paso, cada vía que coge, cómo explica a los pacientes lo que se les va a realizar, cómo colocarlos, etc.
Me siento con los radiólogos y me van explicando lo que vamos a ver en cada paciente y lo que significan las imágenes que se reflejan en la pantalla. A veces esas imágenes reflejan patologías graves que invaden el cuerpo del paciente. Por primera vez, he visto la invasión en los pulmones de este maldito virus que nos lleva torturando desde 2020, la COVID-19. Veo perfectamente su diagnóstico con una neumonía bilateral, en forma de algodones invadiendo el sistema respiratorio del paciente.
Uno de los días damos entrada a un nuevo paciente y mi enfermera me dice “ahora te toca a ti”. Hay que realizar un escáner al paciente y hay que ponerle un contraste. Voy a coger mi primera vía. Recuerdo todos los pasos que nos han enseñado para realizar dicha tarea. Palpo las venas, preparo el material, le explico al paciente qué es lo que le vamos a poner y procedo a ello. ¡Bingo! He tenido suerte y el paciente tenía buenas venas, he acertado a la primera. El resto de días ya soy yo el que les pone las vías a los pacientes. Algunas son difíciles, ya que hay pacientes con venas muy finas o castigadas por otro tipo de tratamientos anteriores que han sido agresivos. Cuando pinchas una vez y fallas, sientes frustración; no quieres hacer sufrir al paciente. Mi enfermera me tranquiliza, eso a veces es algo inevitable aunque tengas muchos años de experiencia. Tengo la gran suerte de que las personas con las que trabajo son gente maravillosa, con mucha experiencia en sus espaldas y con ganas de enseñar todo lo que ellas saben. Este trabajo es muy vocacional y eso se nota en los buenos profesionales.
Mi exceso de celo por querer hacer las cosas bien me lleva a cabrearme conmigo mismo porque al sacar una vía mancho con una gota de sangre el camisón del paciente. Pregunto cómo lo debo hacer para que eso no suceda. Lo pregunto todo. Siempre recibo palabras de ánimo y eso me reconforta.
La experiencia que no olvidaré en este servicio ocurrió en una prueba diagnóstica a un paciente ingresado. Dicho paciente fallece en nuestra sala. Le hicimos la prueba normalmente, y, mientras esperaba a que se lo llevaran a su habitación, una de las veces que loe miré para ver cómo estaba, comprobé que empezó a convulsionar violentamente en la camilla. Rápidamente llamé al resto de compañeros avisando de que algo anormal le estaba pasando. Lo que más me impactó es ver cómo el color del paciente era morado, se estaba asfixiando. Acudieron los médicos de la UCI y se procedió a realizarle la reanimación cardiopulmonar. Fueron momentos de incertidumbre, de no saber cómo ayudar. Me mantuve en un segundo plano, observando toda la operativa. Es alucinante ver cómo se trabaja en equipo para intentar salvar una vida. Aunque, como en este caso, no siempre se consiga.
El paciente falleció allí mismo. Tenía patologías graves previas y su corazón no aguantó más. Durante toda la mañana, no dejé de pensar en ese momento, en cómo todo cambia en un segundo. Momentos antes había hablado con el paciente y poco después había fallecido. Se te queda el cuerpo frío, con un nudo en el estómago y un sentimiento de vacío. Esta es una de las cosas más duras de nuestro trabajo: ver que a veces la vida de las personas se te va entre las manos. A esto creo que no te acostumbras nunca, pero con la experiencia aprenderemos a convivir con ello, procurando que nos afecte lo menos posible.
Por desgracia, otra cosa con la que tenemos que lidiar es la incomprensión de ciertos pacientes hacia nuestro aprendizaje. Hay algunos que cuando ven tu credencial de estudiante no quieren que les toques, ya que tienen miedo de que les puedas hacer daño o provocarles algún mal. En cierto sentido, el miedo es libre y, por lo tanto, hay que respetar la voluntad del paciente. Pero por qué no decirlo, me fastidia, ya que no me dan la oportunidad de demostrar que puedo hacer las cosas bien, más despacio, con más nervios, con más inseguridad…pero puedo hacerlo. Si yo veo que no soy capaz de hacer algo se lo comunico a mi enfermera y no lo hago, miro y aprendo. El contacto con los pacientes a veces es complicado, pero en la mayoría de los casos es enriquecedor y te encuentras con personas comprensivas y amables.
En este momento de mi práctica me siento muy bien. Voy cogiendo seguridad en lo que hago. Empiezo a ser autónomo en ciertas tareas. He de decir que he aprendido mucho de anatomía. Ver el cuerpo humano desde dentro en imágenes es increíble, sobre todo si tienes al lado profesionales que te van explicando absolutamente todo. Lo que significa cada mancha, cada mínima línea… Es doloroso también ver cerebros invadidos por el cáncer y pensar las consecuencias que esas impactantes imágenes tendrán sobre el paciente, un diagnóstico malo. A partir de esa imagen su vida cambiará.
Por último diré que aparte de aprender todas las tareas propias de mi futura profesión, aprendo lo importante que es el trabajo en equipo. Me siento arropado, como uno más, como el niño pequeño que aprende a andar: se cae varias veces, pero al final lo logra, con la ayuda de sus padres. Además de momentos difíciles también hay muchos de risas, de charla y de bromas. Tengo que agradecer la paciencia de mis compañeros y la gran calidad humana y profesional de “mi enfermera”.
Cada día me reafirmo más en la decisión que en su momento tomé de ser enfermera. Este tiempo ha sido muy duro para todo el mundo, sobre todo para el personal sanitario en general. A pesar de ver todo lo mal que lo han pasado yo quiero formar parte de este colectivo. Espero que pronto llegue a conseguirlo y pueda poner en práctica profesionalmente todo lo que se me ha enseñado.